Tenía solo 5 años la primera vez que sentí esa cautivante necesidad de mirar a alguien cada segundo, recuerdo que te vi el primer día de clases, aun ahora, hace ya casi 16 años que recuerdo tu nombre, recuerdo tus ojos, tu boca, el color de tu cabello y la belleza de tu blanca piel. Si, eras blanco como un copo de nieve y tus ojos negros que me hipnotizaban, no, que me apendejaban completamente, eran lo más hermoso que jamás había contemplado.
Tu y yo éramos amigos, jugábamos futbol (que otra cosa pueden hacer una niña enamorada de un niño tan perfecto como tu), los más listos del salón y la maestra nos adoraba. Soñaba en la perfección de lo que nuestras manos unidas significaría. De compartir la comida y que los demás niños nos echaran carrilla.
Siempre estuvimos en el mismo salón, pero los problemas en casa nunca me permitieron ser la persona desenvuelta que ahora soy, al contrario, me encontraba inmersa en un mundo de dibujos, de fantasías y no pensaba en ti la mayor parte del día, la tarde la ocupa para jugar con mis hermanos, la noche para llorar por mis demonios. Pero aún así mi corazón saltaba todos los días cuando la maestra mencionaba tu nombre justo antes del mío (pues tu apellido comienza con C, al igual que el mío); y cada año era lo mismo, 6 largos y eternos años que pasamos juntos, 6 años de brincos en el corazón, de jugar futbol y canicas, de compartir el puesto del mejor, de ser los primeros de la lista, fueron 6 largos años de cobardía.
Luego pasamos a la secundaria, nos separamos, pues mis papás querían una mejor educación para mi, igual en la preparatoria. Para mi sorpresa tu recuerdo, sin volverte a ver más que en contadas ocasiones duró 6 años, igual de largos, pero útiles año (pues me ayudaron a no sufrir de amores en esas etapas). Cada que te nombraban o alguien me preguntaba quien me gustaba, me mantenía firme ante la belleza de tu recuerdo y te nombraba a ti, con los colores en la cara, te nombraba a ti, Manuel Enrique Cañez Cantú, un nombre difícil de aprender, pero difícil de olvidar también.
Y así, las pocas veces que supe de ti, y te llegué a hablar me convertía en una niña de nuevo, que no se atrevía a salir de ese caparazón de miedos y demonios en los que estaba a esa edad.
Y ahora, eres un recuerdo hermoso, del que no volví a saber jamás.
Eres 12 años de brincos en el corazón.